jueves, 28 de enero de 2010

sangre y otros poemas

RAYMOND CARVER



Raymond Carver, escritor y poeta estadounidense, nació en 1939 en Clatskanie, Oregón. Conocido como uno de los mejores escritores norteamericanos de relatos breves. Pero no conocer sus poemas sería no conocer a Carver del todo.

Como él mismo dijo, su obra poética la consideraba más esencial y el medio con el mejor expresaba sus sentimientos.




“Sus poemas son la corriente espiritual de la que Carver extrajo sus cuentos”. Tess Gallagher




SANGRE

Éramos cinco a la mesa de juego
sin contar al croupier
y su ayudante. El hombre
de junto a mí tenía los dados
en la mano.
Se sopló los dedos, dijo:
¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
sobre la mesa para tirar.
En ese momento, una sangre roja brotó
de su nariz, salpicando
el verde paño de fieltro. Soltó
los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
Y luego aterrorizado cuando la sangre
corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
¿qué me está pasando?
gritó. Se agarró a mi brazo.
Oí funcionar los motores de la Muerte.
Pero en aquella época yo era joven,
y estaba borracho, y quería jugar
.
No tenía por qué escuchar.
Así que me largué. No me volví ni siquiera,
ni encontré esto dentro de mi cabeza, hasta hoy.






LA CAÑA DE PESCAR DEL AHOGADO

Al principio no la quería usar.
Luego pensé, no, me revelará
secretos y me dará suerte
que es lo que entonces necesitaba.
Además, me la dejó a mí
para que la usase cuando fue a bañarse aquella vez.
Inmediatamente después, conocí a dos mujeres.
Una adoraba la ópera y la otra
era una borracha que había pasado un tiempo
en la cárcel.
Ligué con una
y empecé a beber y a reñir sin parar.
¡El modo en que esta mujer podía cantar y seguir bebiendo!
Fuimos directamente al fondo.





Utiliza una técnica aparentemente sencilla donde las sensaciones, las personas, las historias… parecen estar en suspenso, sugeridas, sin embargo, logra que impacten y queden grabadas en la mente del lector.






BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON


Empiezan los verdes campos. Y las altas, blancas
granjas después de los charcos de la marea,
y aquellos pequeños cangrejos
listos para echar a correr, o darse la vuelta, si
levantábamos la roca debajo de la que vivían. La languidez
de aquella carretera del campo. Hablando de París,
nuestro París. Y luego encuentras ese sitio en el libro
y me lees la vida de Anna Akhmatova allí con Modigliani.

Sentados en un banco de los jardines de Luxemburgo
bajo su enorme sombrilla negra
recitándose a Verlaine el uno al otro
. Los dos
“todavía no alcanzados por el futuro”. Cuando
allá en el prado vimos
a un joven desnudo de medio cuerpo para arriba
y con los pantalones remangados,
como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí observándonos indiferente.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.

Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.


Poemas que hablan de soledad, alcohol, falta de dinero, desempleo… temas que conocía bastante bien.


EN BUSCA DE TRABAJO

Siempre he querido trucha de montaña
de desayuno.


De repente, encuentro un sendero nuevo
a la cascada.

Empiezo a tener prisa.
Despierta,

dice mi mujer,
estás soñando.

Pero cuando intento levantarme,
la casa se ladea.

¿Quién está soñando?
Es mediodía, dice ella.

Mis zapatos nuevos esperan junto a la puerta,
relucientes.




Proveniente de una familia problemática, padre alcohólico y una madre no muy equilibrada. Acabó de empleo en empleo y mal pagados, casándose a los 18 años, matrimonio que acabó en ruptura, alcoholismo… esto fue su vida durante años, por lo que sus experiencias más duras unidas a su talento y sensibilidad, se convirtieron en los principales nutrientes de su obra.



AMENAZA

Hoy una mujer me señaló y dijo algo en hebreo.
Luego se echó el pelo atrás, tragó saliva
y desapareció. Cuando volví a casa,
tembloroso, tres carros estaban junto a la puerta con
uñas asomando entre las sacas de trigo.



Para Carver además, escribir poemas era una necesidad vital. Comenzó su carrera como Poeta, sin embargo lo que le proporcionó mayor reconocimiento fueron sus relatos. A pesar de eso, jamás se dejó llevar por las posibles imposiciones que caben esperar y siempre escribió lo que quiso, especialmente al final de su vida, y eligió la Poesía.




DOS MUNDOS

En el aire denso
con olor a azafrán,

sensual olor a azafrán,
miro cómo desaparece el cielo limón,

un mar que cambia de azul
a negro aceituna.

Miro el relámpago que salta desde Asia como
dormido,

mi amor se agita y respira y
se vuelve a dormir,

parte de este mundo y sin embargo
parte de aquél.


En su último libro, una recopilación de poemas titulado “Un sendero nuevo a la cascada”, rinde homenaje a Chéjov, a quien incluye en la obra haciéndola parte de la misma como anteriormente ya hizo con el libro de relatos “Tres rosas amarillas”.
Parecía existir cierto paralelismo entre Chéjov y Carver, quizás es muy acertado llamarle “El Chéjov americano” como hicieron algunas revistas.

También sentía una gran admiración por Antonio Machado, a quien dedicó el siguiente poema:


ONDAS DE RADIO



La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.

Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.

De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.

Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.

Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?

¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.

Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aqui.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,

cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
de junto al río desde donde puedo ver las montañas.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».

Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.

Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.




Cuando parecía irle todo bien, recuperado de su alcoholismo, con una estupenda relación con su mujer y editora Tess Gallagher, éxito profesional… en 1987 le diagnosticaron cáncer de pulmón.

A pesar del temido e irremediable final nunca dejaron de hacer planes de futuro, Carver incluso, al igual que hizo Chéjov miraba los horarios de trenes que partían desde su ciudad, y es que una parte de él esperaba librarse de la enfermedad.

Escribió en su diario: “Cuando ya no hay esperanza, lo único cuerdo que queda es aferrarse a unos frágiles asideros”.

En 1988 murió a la edad de 50 años, aún joven para desaparecer y en su mejor momento, pero consiguió lo que más ansiaba:







ÚLTIMO FRAGMENTO

¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.
Sala de autopsias


En esos tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo,
para lo que mandaran.
Trabajaba en el hospital en el turno noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba sus tareas
era la de limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y para que el personal de limpieza no se aburriera
dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Un negro corpulento de pelo blanco
con el pecho partido al medio y los órganos vitales
flotando en una bandeja a un costado de su cabeza.
Yo siempre estaba solo, ahí. La manguera derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer de formas perfectas
y excesiva palidez.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.

De madrugada en casa mi mujer
me decía “Dulce, todo va a salir bien. Podemos hacer cambios,
vivir de otra manera”. Pero no es tan fácil.

Ella agarraba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Yo pensaba en… cualquier cosa. No sabía en qué.
Yo dejaba que ella llevara mi mano a sus tetas.
Yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso,
qué importa…
Mis dedos se arrastraban hacia su pierna, tibia y bien formada,
que ante la más suave caricia temblaba y se levantaba delicadamente.
Mi mente estaba confundida y cómo decirlo ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando.

La vida era una piedra
que lentamente se iba gastando
y afilando.






El don de la ternura

Tarde en la noche. Comenzó a nevar.
Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio
.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.

Recordé esa tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.

Reconstruí la escena:
regresé a ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fino que lo confundimos con nieve.

En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares vacíos.

No vimos a una sola persona.
“Es como si todo estuviera de luto,”
fue tu comentario.


Abrí mis ojos.
El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron de la Argentina
a un departamento en el que pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.

No nieva en esa ciudad,
pero el departamento disponía
de un amplio ventanal desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,

cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo, abrir la puerta

y dejarme guiar por la luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.

En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.


Un mañana me senté en la cama
vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.

Me contestó que estaba sin fondos.
Su mujer había viajado a México
por unos días y él ya no tenía dinero,
no llegaba a fin de mes.

“Está bien”, le dije. “Te entiendo.”
Y así era,
no necesité explicaciones.

Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse en mi recuerdo
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.

Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.


Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.

Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. “Yo también.”

Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.

En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.






El caballete

He perdido el tiempo esta mañana,
y estoy profundamente avergonzado.

Ayer noche me acosté pensando en mi padre.
En el riachuelo donde pescábamos -Butte Creek-
cerca del lago Almanor. El agua me arrullaba en sueños.
En el sueño, estaba por todas partes
y yo no podía levantarme ni moverme.
Pero cuando desperté esta mañana temprano
fui al teléfono. Aunque
el río fluía allá abajo en el valle,
en la pradera, corriendo entre los tréboles.

Pinos se alzaban a ambos lados de la pradera.
Y yo estaba allí.
Un niño sentado en un caballete de madera,
mirando hacia abajo.
Viendo a mi padre beber agua con las manos.
Luego dijo: "El agua está tan buena.
Me gustaría poder llevarle a mi madre un poco de este agua"

Mi padre todavía la quería, aunque estaba muerta
y él había pasado mucho tiempo lejos de ella.

Tuvo que esperar algunos años más
hasta que pudo ir a donde estaba. Pero él quería
a esta región donde se encontró a sí mismo. El Oeste.
Durante treinta años la tuvo en el corazón,
y luego la dejó ir. Se acostó una noche
en un pueblo del norte de California
y no despertó. ¿Hay algo más sencillo?


Me gustaría que mi vida y mi muerte fueran tan sencillas.
De modo que cuando despierte
una hermosa mañana como ésta,
después de estar en algún sitio
donde quería estar toda la noche,
algún sitio importante, pudiera moverme del modo más natural
y sin pensar en ello, hasta mi mesa de trabajo.

Digamos que lo hice, del modo más sencillo que he descrito.
De la cama a la mesa de trabajo de la infancia.

Desde aquí no hay mucho hasta el caballete.
Y desde el caballete podría mirar hacia abajo
y ver a mi padre cuando necesitara verlo.
Mi padre bebiendo aquel agua fresca. Mi dulce padre.
El río, sus praderas, y pinos, y el caballete.
Ese. Donde estuve una vez.

Me gustaría hacer eso
sin tener que disculparme ante mí mismo por ello.
Ni sentirme mal por interesarme por cosas menos importantes.
Sé que es hora de cambiar de vida.

Esta vida -con sus complicaciones
y llamadas telefónicas- es indecente,
y una pérdida de tiempo.


Quiero hundir mis manos en agua fresca.
Del modo en que lo hizo él. Otra vez y otra vez y otra.



La inclusión de Raymond Carver en Poéticas es una atención de

Biblioteca Virtual BEAT 57

http://www.galeon.com/poemascarver/poemas.html

ALGO ESTA PASANDO

Algo me está pasando
si le creo a mis
sentidos no es solamente
querida otra distracción
sigo atado a mi vieja piel
las ideas puras y los anhelos desmedidos
a toda costa
una limpia y saludable polla
pero mis pies han comenzado
a decirme cosas
de sí mismos
sobre su nueva relación con
mis manos ojos corazón y pelo

Algo me está pasando
te preguntaría si pudiera
has sentido alguna vez algo parecido
pero tú estás tan lejos
esta noche que no creo
que escucharas además
mi voz se ha visto afectada también

Algo me está pasando
no te sorprendas si
caminando algún día de pronto en este brillante
sol mediterráneo tú me miras
de largo y descubres
una mujer en mi sitio
o peor
un extraño de cabello blanco
escribiendo un poema
alguien que no puede ya formar palabras
que está simplemente moviendo sus labios
tratando
de decirte algo





EL CONTACTO

Marquen al hombre con el que estoy.
El pronto va a perder
su mano izquierda, la nariz, las
bolas y su hermoso bigote.

La tragedia está por todos lados
Oh Jerusalem.

El levanta su taza de té.
Esperen.
Entramos al café.
El levanta su taza de té.
Nos sentamos juntos.
El levanta su taza de té.
Ahora.

Asiento.

¡Caras!

Sus ojos, cruzados,
caen lentamente de su cabeza.





SEMILLAS


PARA CHRISTI

Intercambio nerviosas miradas
con el hombre que le vende
semillas de sandía a mi hija.

La sombra de un pájaro pasa
sobre nuestras manos.

El vendedor levanta el látigo y
se apura tras de su viejo caballo
rumbo a Beersheba.

Me ofreciste las semillas que escogí.
Ya has olvidado al hombre
el caballo
las sandías mismas y
algo invisible fue la sombra
entre el vendedor y mí mismo.

Acepto tu don aquí
sobre el camino seco.
Alargo la mano para recibir
tu bendición.





EL HOMBRE DE AFUERA


Hubo siempre el adentro y
el afuera. Adentro, mi mujer,
mi hijo e hijas, ríos
de conversación, libros, suavidad
y cariño.

Pero entonces una noche afuera
de la ventana del cuarto alguien-
algo, respiraba, se arrastraba.
Desperté a mi mujer y aterrorizado
temblé en sus brazos hasta la mañana.

¡Ese espacio fuera de la ventana
de mi cuarto! Las pocas flores que crecen
ahí pisoteadas, las colillas
de Camel aplastadas.
No estoy imaginando cosas.

La noche siguiente y la siguiente
ocurrió, y desperté a mi mujer
y otra vez ella me consoló y
otra vez frotó mi pierna entumida
por el miedo y me tomó en sus brazos.

Pero entonces yo comencé a demandar más
y más de mi mujer. Con pena ella
revisababa el piso del cuarto de arriba a abajo,
yo la dirigía como a una carretilla cargada,
el conductor y su carrito.

Finalmente, esta noche, toco a mi mujer despacio
y ella se incorpora ansiosa
y preparada. Las luces prendidas, desnudos, nos sentamos
frente a la cómoda y miramos frenéticos
el cristal. Tras de nosotros dos labios,
el reflejo de un cigarrillo encendido.














Poemas de Raymond Carver
Las traducciones de los poemas de Raymond Carver que ofrece esta página deben tener un uso exclusivamente privado. Los textos gozan de los derechos de autor reconocidos generalmente.

Carver by Moore.

Poemas de Raymond Carver

Versiones de Esteban Moore





Desocupado

Los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en todos los baños.
Manejaban autos de modelo y marca
reconocibles.
Los que no tenían trabajo, estaban apenados,
no les iba bien.
Sus autos extraños estaban estacionados
sobre cajones, ‘al fondo’ de casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles
.
Los años pasan y todo y todos son reemplazados.
Existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades.
Pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo
.
Mi objetivo era permanecer desocupado.
Ése era mi mérito.
Me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa.

¿Qué hay de malo en eso?
Fumar, escupir de vez en cuando.
Tallar madera con mi cuchillo.
¿Hay daño o maldad en esto?

En ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos.
Tenés que hacerlo alguna vez.
A veces levanto a un chico gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿de dónde te conozco?’’.
Nunca digas: ‘‘¿Que querés ser cuando seas grande?’’





Naturalmente


Un claro en las nubes.
El macizo perfil de las montañas azules
que recortan el horizonte.
El amarillo apagado de los rastrojos.
El río muy negro.
¿Qué estoy haciendo en este lugar,
solo y cargado de culpas?
Me pregunto.

Sigo comiendo las frambuesas de la fuente.
Sin hacerme problemas. Si estuviera muerto,
me recuerdo, no podría saborearlas.
Nada es tan simple.
Sí, todo es así de simple. Naturalmente.





Hijo


Esta mañana me despertó una voz
que regresaba desde mi infancia.
La voz dice: ‘‘despertate’’,
y yo salto de la cama.
Es extraño, toda la noche, en mis sueños
yo busqué ‘ese’ bendito lugar
donde mi madre pueda vivir y ser feliz.
‘‘Si querés que enloquezca,
está bien, si ése no es tu deseo,
por favor sacame de acá’’, repetía la voz.
Me reconozco único culpable.
Yo la mudé a esta ciudad que odia.
Yo alquilé la casa que odia, rodeada
de vecinos que odia, llena de muebles
que odia.
‘‘¿Por qué no me diste la plata para que yo la gastara?’’
‘‘Quiero volver a California, ¡ahora!’’, grita la voz.
‘‘Voy a morir si me quedo’’. ‘‘¿Vos querés que muera?’’
gime la voz.


Esta mañana en el mundo,
no existen respuestas a esta pregunta
ni a ninguna otra.

Suena el teléfono y suena, no deja de sonar.
No me acerco al aparato, tengo miedo de oír una vez más,
la pronunciación de mi nombre.
El mismo nombre que mi padre escuchó durante 53 años.
Antes de abandonarnos en busca de su recompensa.
Murió después de decir: ‘‘llevá estas cosas a la cocina, hijo’’.
La palabra hijo emitida desde sus labios,
tembló en el aire para que todos la oyeran.




La lapicera

La lapicera que no faltaba a la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
Salió una hora más tarde y la tiraron
al secarropas junto con un par de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y ella permaneció
recostada tranquilamente sobre el escritorio
que estaba frente a la ventana.
Ella pensaba que estaba totalmente agotada.
Sin convicciones. Sin voluntad.
Una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna’’.

Después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.

Él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del escritorio.
La dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de hacerla trabajar
o casi todas.
Sin embargo
ella realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
Esto es lo que escribió:
‘‘Un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana’’.


Él trató de hacerla escribir algo más,
pero eso fue todo. La lapicera
dejó de escribir, definitivamente.
Él la puso con otras cosas inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días o meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘La oscuridad se posa en las ramas.
Quedate muy quieto, no salgas de la casa,

quedate muy quieto...’’






Durmiendo

Él durmió sobre sus manos.
Sobre una roca.
Sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
Él durmió en micros, en trenes, en aviones.
Se durmió estando de guardia.
Se durmió a un costado de la ruta.
Se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
Él durmió en un baño público.
En un galpón.
En el estadio.
Durmió en un Jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
Durmió en los teatros.
En la cárcel.
Sobre los barcos.
Él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
Soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
Durmió sobre caballos.

Se durmió sobre sillas.
Él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
Él durmió bajo techos extraños toda su vida.
Ahora él duerme cubierto por la tierra.
Duerme y seguirá durmiendo.
Igual que un rey antiguo.





El rasguño

Me desperté con una mancha de sangre reseca
pegoteada sobre uno de mis párpados. Un arañazo,
profundo, cruza transversalmente las arrugas de mi frente.
Sin embargo, últimamente, he estado durmiendo solo.
Y me pregunto por qué un hombre, incluso en un mal sueño,
alzaría la propia mano para lastimarse la cara.

Esta mañana pretendo responder esta pregunta
y otras similares, mientras observo en silencio
mi rostro que se refleja en los cristales de la ventana.



Una tarde

Mientras escribe, sin observar el océano,
siente entre sus dedos
el temblor de la pluma de su lapicera.
La marea se retira arrastrando
pequeñas piedras, restos de vida marina.
Todo esto no tiene nada que ver, no,
con el origen de su emoción. No.
Su corazón se acelera porque ella
en ese instante ha decidido entrar
completamente desnuda en la habitación.
Somnolienta, por un momento no puede imaginar
dónde está. Se dirige al baño. Sacude su cabellera.
Se sienta en el inodoro con los ojos cerrados,
la cabeza inclinada; las piernas extendidas, abiertas.
No ha cerrado la puerta del baño, él puede verla.
Quizás,
ella esté recordando lo que sucedió esa madrugada.
Porque después de un rato, abre un ojo y lo mira.
Y sonríe con mucha dulzura.



Esperanza



‘‘Mi esposa’’, dijo Pinnegar,
‘‘‘‘cuando me abandona desea que yo destruya
‘‘ mi vida.".‘Ésa es su última esperanza’’.
‘‘D. H. Lawrence. Jimmy y la mujer desesperada




Me dejó el auto y doscientos dólares.
Dijo: ‘‘hasta luego, querido.
Tomate las cosas con tranquilidad ¿me entendés?

Esto es todo. Absolutamente todo.
Esto es lo que queda
después de veinte años de matrimonio.

Ella cree adivinar lo que sucederá.
Piensa que me voy a gastar la plata
en dos o tres días
y que tarde o temprano
voy a destruir el auto - que ya era mío
y que además necesitaba varios arreglos -.

Al momento de alejarme
Los vi, a ella y a su novio,
estaban cambiando la cerradura de la puerta.
Saludaron con el brazo en alto.
Los saludé de la misma manera.
Sólo para que supieran
que no había malos sentimientos de mi parte.
Apreté el acelerador y me alejé rápidamente.
Estaba como atolondrado.
Ella, por lo menos, tenía razón en eso.
Seguí el camino de la ruina.

El alcohol fue mi compañero fiel.
Resultamos buenos amigos.
No me detuve.
Recorrí el largo camino sin escalas.
Pude, al fin, dejar en el pasado
A mi amiga, la botella
.
Meses, quizás años más tarde,
cuando aparecí frente a la puerta
de esa casa
manejando un auto diferente,
sobrio, vistiendo camisa y pantalones
limpios y las botas bien lustradas,
ella lloró al ver mi cara.

Su última esperanza estalló en el aire.
Y ya no tendría más esperanzas.





Los desnudos de Bonnard

Su esposa.
Durante cuarenta años su modelo.

Él la pintó una y otra vez. El desnudo
de su último cuadro, es el mismo desnudo joven
del primer cuadro. Su esposa.

Él la recordaba joven. Los tiempos
en que ella era joven. Su esposa, en la bañadera,
en el tocador frente al espejo. Sin ropas.


Su esposa cubriéndose con las manos
los pechos duros, mirando hacia el jardín,
donde los rayos del sol desparraman
tibieza y color.

Todas las especies vivientes floreciendo.
Ella joven y temerosa y excesivamente deseable
en su desnudez. Cuando ella murió,
él continuó pintando un poco más.

Fueron algunos paisajes, luego se murió.
Lo enterraron junto a ella.
Su joven esposa.

Pequeñas cosas.

Little Things

Early that day the weather turned and the snow was melting into dirty water. Streaks of it ran down from the little shoulder-high window that faced the backyard. Cars slushed by on the street outside, where it was getting dark. But it was getting dark on the inside too.

He was in the bedroom pushing clothes into a suitcase when she came to the door.

I'm glad you're leaving! I'm glad you're leaving! she said. Do you hear?

He kept on putting his things into the suitcase.

Son of a bitch! I'm so glad you're leaving! She began to cry. You can't even look me in the face, can you?

Then she noticed the baby's picture on the bed and picked it up.

He looked at her and she wiped her eyes and stared at him before turning and going back to the living room.

Bring that back, he said.

Just get your things and get out, she said.

He did not answer. He fastened the suitcase, put on his coat, looked around the bedroom before turning off the light. Then he went out to the living room.

She stood in the doorway of the little kitchen, holding the baby.

I want the baby, he said.

Are you crazy?

No, but I want the baby. I'll get someone to come by for his things.

You're not touching this baby, she said.

The baby had begun to cry and she uncovered the blanket from around his head.

Oh, oh, she said, looking at the baby.

He moved toward her.

For God's sake! she said. She took a step back into the kitchen.

I want the baby.

Get out of here!

She turned and tried to hold the baby over in a corner behind the stove.

But he came up. He reached across the stove and tightened his hands on the baby.

Let go of him, he said.

Get away, get away! she cried.

The baby was red-faced and screaming. In the scuffle they knocked down a flowerpot that hung behind the stove.

He crowded her into the wall then, trying to break her grip. He held on to the baby and pushed with all his weight.

Let go of him, he said.

Don't, she said. You're hurting the baby, she said.

I'm not hurting the baby, he said.

The kitchen window gave no light. In the near-dark he worked on her fisted fingers with one hand and with the other hand he gripped the screaming baby up under an arm near the shoulder.

She felt her fingers being forced open. She felt the baby going from her.

No! she screamed just as her hands came loose.

She would have it, this baby. She grabbed for the baby's other arm. She caught the baby around the wrist and leaned back.

But he would not let go. He felt the baby slipping out of his hands and he pulled back very hard.

In this manner, the issue was decided.



"Little Things" from Where I'm Calling From: The Selected Stories Atlantic Monthly Press, 1988. Copyright © 1988 by Tess Gallagher.
The story appeared as "Mine" in Furious Seasons And Other Stories Capra Press, 1977 and as "Popular Mechanics" in What We Talk About When We Talk About Love Knopf, 1981.

CITAS

On reading, writing and rewriting

Raymond Carver

It's been a continual series of starting-overs for me.



...the best art has its reference points in real life.



I'm not a "born" poet. I don't know if I'm a "born" anything...



That's all we have, finally, the words, and they had better be the right ones, with the punctuation in the right places...



Anyone can express himself, or herself, but what writers and poets want to do in their work, more than simply express themselves, is communicate, yes?



The first and second quotations are from "Raymond Carver Speaking", by Robert Pope and Lisa McElhinny. Conducted spring 1982. The third is from "Raymond Carver", by Mona Simpson and Lewis Buzbee. Conducted winter 1983. Conversations With Raymond Carver, edited by Marshall Bruce Gentry and William L Stull, University Press Of Mississippi, 1990. Copyright © 1990 by the University Press Of Mississippi.


The fourth Raymond Carver quotation is from "On Writing". The fifth is from "On 'For Tess'". Call If You Need Me: The Uncollected Fiction And Prose, The Harvill Press, 2000. Copyright © 2000 by Tess Gallagher.

De CARVERSITE

carversite: raymond carver bibliography



Fiction


Will You Please Be Quiet, Please? McGraw-Hill, 1976

Furious Seasons And Other Stories Capra Press, 1977

What We Talk About When We Talk About Love Knopf, 1981

Cathedral Knopf, 1983

The Stories Of Raymond Carver Picador, 1985

Where I'm Calling From: The Selected Stories Atlantic Monthly Press, 1988



Elephant (1988) comprises the new stories from Where I'm Calling From: The Selected Stories.



Poetry



All Of Us: The Collected Poems The Harvill Press, 1996

Fires (1983)

Where Water Comes Together With Other Water (1985)

Ultramarine (1986)

A New Path To The Waterfall (1989)

Uncollected Poems: No Heroics, Please (1991)



Poems in All Of Us: The Collected Poems also appear in the following collections: Near Klamath (1968), Winter Insomnia (1970), At Night The Salmon Move (1976), This Water (1985), Early For The Dance (1986), Those Days: Early Writings By Raymond Carver: Eleven Poems And A Story (1987), In A Marine Light: Selected Poems (1987).



Other Collections



Fires: Essays, Poems, Stories Vintage Books, 1989

Call If You Need Me: The Uncollected Fiction and Prose The Harvill Press, 2000



No Heroics, Please (1991) comprises essays, poems and stories that can be found in Call If You Need Me: The Uncollected Fiction And Prose and All Of Us: The Collected Poems. Short Cuts (1993) comprises the nine stories—from Will You Please Be Quiet, Please?, What We Talk About When We Talk About Love, Cathedral—and poem "Lemonade" that formed the basis of Robert Altman's film. Introduction by Altman.



Miscellaneous



Dostoevsky: A Screenplay, by Raymond Carver and Tess Gallagher

Capra Press, 1985



The Best American Short Stories 1986, edited by Raymond Carver with Shannon Ravenel

Houghton Mifflin, 1986



American Short Story Masterpieces, edited by Raymond Carver and Tom Jenks

Delacorte Press, 1987



Conversations With Raymond Carver, edited by Marshall Bruce Gentry and William L Stull

University Press Of Mississippi, 1990




Carver Country: The World Of Raymond Carver, texts by Raymond Carver, photographs by Bob Adelman, introduction by Tess Gallagher

Scribner's, 1990



Carnations: A Play In One Act, by Raymond Carver

Engdahl Typography, 1992



Remembering Ray: A Composite Biography Of Raymond Carver, edited by William L Stull and Maureen P Carroll

Capra Press, 1993



Raymond Carver: An Oral Biography, by Sam Halpert

University Of Iowa Press, 1995



Tell It All, edited by William L Stull and Maureen P Carroll

Leconte, 2005



What It Used To Be Like: A Portrait Of My Marriage To Raymond Carver, by Maryann Burk Carver

St. Martin's Press, 2006



Tell It All includes three previously unpublished poems by Raymond Carver—"Uncle Bob And The Art Of Fiction", "Instrument" and "Louis, Dying"—two previously unpublished one-act plays by Raymond Carver and Tess Gallagher—The Favor and Can I Get You Anything?—as well as writings by others.



Audio-Visual



AUDIO CASSETTE

Ray Carver Reads: Nobody Said Anything/A Serious Talk/Fat

American Audio Prose Library, 1983



TELEVISION DOCUMENTARIES

Dreams Are What You Wake Up From


BBC, 1989



To Write And Keep Kind

PBS, 1992
Let's Roar, Your Honor



To scream with pain, to cry, to summon help, to call

generally—all that is described here as "roaring."

In Siberia not only bears roar, but sparrows and mice as well.

"The cat got it, and it's roaring," they say of a mouse.



- from "Across Siberia,"

by Anton Chekhov.



"Let's Roar, Your Honor" from All Of Us: The Collected Poems The Harvill Press, 1996. Copyright © 1996 by Tess Gallagher.

Found poetry in "Across Siberia" by Anton Chekhov from The Unknown Chekhov, translated by Avrahm Yarmolinksy, Farrar, Straus And Giroux, 1954. Copyright © 1982 by Babette Devtsch Yarmolinsky.



Your Dog Dies



it gets run over by a van.

you find it at the side of the road

and bury it.

you feel bad about it.

you feel bad personally,

but you feel bad for your daughter

because it was her pet,

and she loved it so.

she used to croon to it

and let it sleep in her bed.

you write a poem about it.

you call it a poem for your daughter,

about the dog getting run over by a van

and how you looked after it,

took it out into the woods

and buried it deep, deep,

and that poem turns out so good

you're almost glad the little dog

was run over, or else you'd never

have written that good poem.

then you sit down to write

a poem about writing a poem

about the death of that dog,

but while you're writing you

hear a woman scream

your name, your first name,

both syllables,

and your heart stops.

after a minute, you continue writing.

she screams again.

you wonder how long this can go on.



"Your Dog Dies" from All Of Us: The Collected Poems The Harvill Press, 1996. Copyright © 1996 by Tess Gallagher.

Biografía de Raymond Carver


Raymond Carver was born in Oregon on 25 May 1938. He grew up in Washington State. His father was a sawmill worker and his mother a waitress.

Carver worked with his father in a sawmill in California and then as a deliveryman. He married his first wife—Maryann—and six months later a daughter was born. A son followed.

Carver enrolled at various colleges, where his studies concentrated on creative writing. Aged twenty-two, "The Furious Seasons"—his first published story—appeared in college magazine Selection. "The Brass Ring"—his first published poem—appeared in 1962, in the little magazine Targets.

In his late twenties, Carver filed for bankruptcy. His father died. He also got his first white collar job (textbook editor), his story "Will You Please Be Quiet, Please?" appeared in The Best American Short Stories 1967, and a college press published the poems Near Klamath—his first book.

Carver continued to move around, move jobs, and get stories and poems published. He began to lecture. He went bankrupt again and was hospitalized with acute alcoholism. In his late thirties, the stories Will You Please Be Quiet, Please? appeared—his first major-press book. Carver stopped drinking. He met Tess Gallagher, and he and Maryann separated. The American Academy and Institute of Arts and Letters awarded him a fellowship to write full-time. At forty-nine, doctors diagnosed cancer. They removed part of his left lung, but the cancer recurred. He had brain radiation treatment, but cancer reappeared.

Ray and Tess married in Reno, on Friday 17 June 1988. He died at home, in Washington State, on 2 August.